La infancia
Érase una vez… Cuántas veces habremos escuchado esa coletilla
durante nuestra infancia. Era la entrada para sumergirte en una historia que te
hacia volar hacia mundos imaginarios. Mundos que a un niño le hacen soñar.
La imaginación es el mayor
amigo de un niño. Así
al menos debería de ser. Desde que era pequeña, siempre he sido una niña con
mucha imaginación. Me dejaba llevar por aquellas historias que me contaban o
que veía en los dibujos animados. Donde los héroes y heroínas siempre lograban
la victoria. Donde a pesar de todos los problemas, siempre lograban llegar a un
final feliz. Yo creí durante toda mi infancia, y por qué no decirlo durante
parte de mi adolescencia, que realmente vivía en un mundo así. En un mundo
donde al final los buenos eran quienes obtenían la recompensa y los malos su
castigo.
Pero desgraciadamente cuando creces, te das cuenta de que en
el mundo real nada es de color blanco o
negro. Conforme pasa el tiempo comprendes que la sociedad en la que has
crecido, los valores que te han enseñado desde la niñez, las creencias o las
reglas que todos debemos de cumplir están viciadas, marchitas o en algunos
casos hasta muertas.
Un niño siempre desea ser mayor, para poder hacer todas esas
cosas que se suponen hacen los mayores. De alguna manera se ven restringidos a acatar las órdenes de los adultos, sin poder
hacer lo que ellos realmente quieren. Sin
poder volar libremente como ellos quisieran. Pero no se dan cuenta, de que
ellos tienen la libertad que un adulto nunca podrá tener. Porque un adulto está
sometido a sus propias reglas y problemas. Problemas que conllevan mil
quebraderos de cabeza.
Pero, ¿por qué nunca un adulto se atreve a decirle a un niño
que realmente los reyes magos no existen o que papa Noel es solo un cuento?
¿Por qué nunca le cuentan en qué consiste ser realmente un adulto? Por dos
motivos muy sencillos. El primero porque debes crecer y experimentarlo por ti mismo
para poder entenderlo. El segundo porque si
no tienes infancia, no tienes nada. Cuando creces todo el mundo se empeña en
ponerse limitaciones o reglas. Dejan, por
decirlo de alguna manera, de ser niños. Desaparece la curiosidad,
desaparecen los sueños, la imaginación, la inocencia… Se convierten en seres esclavos
del dinero, de las hipotecas, de los
atascos y de los problemas del día a día. Se
olvidan de sonreír, se olvidan de ser niños…
¿Qué ocurre cuando no has tenido una infancia feliz? ¿Qué
ocurre con todos esos niños que nunca han podido crecer con esa inocencia y transparencia?
¿Que desde muy jóvenes se ven sometidos a problemas, que no debería de tener
jamás ningún niño? Lo que ocurre con todos esos niños es que se convierten en adultos
con frustraciones, con resentimientos. Frustrados por una sociedad que nos
impone sus reglas. Una sociedad que puede marcar tu forma de ser y tu comportamiento en un futuro. Una
sociedad en la que todo el mundo puede decidir tu destino, menos tú mismo. Porque
todos podemos decidir a quién debes de querer, dónde debes de vivir, cuáles
deben ser tus creencias, qué debes o puedes hacer, cómo te debes de comportar,
qué te debe de gustar, a quién debes de
rezar o adorar…
¿Dónde está ahí la
libertad que tanto anhela un niño? Cómo le dices a un niño que probablemente cuando crezca será
esclavo del tiempo y del trabajo. Que
tendrá tiempo para todo, menos para soñar o dejarse llevar.
Mientras he ido creciendo, me he dado cuenta de en qué clase
de mundo vivo. Por desgracia no es el mundo de mis sueños. Por eso mismo día a día
intento poner mi granito de arena para que este mundo sea mejor. Para lograr
que algún día, en un futuro, todos los niños del mundo puedan tener la infancia
que yo he tenido y puedan soñar y ser felices.
Puede que con el transcurso del tiempo me salgan canas y
arrugas. Que poco a poco vaya envejeciendo, pero nunca dejare de ser una niña.
Una niña que todavía se emociona cuando descubre algo nuevo, que sigue
curioseando y no pierde nunca parte de su inocencia. Porque en el momento en el que dejamos de soñar
como niños, nos perdemos en el abismo.
Un abismo donde damos prioridad a lo que menos importa. Y es
que a diferencia de lo que muchos adultos creen, un niño solo necesita cariño y atención para ser feliz. Y nosotros
no somos diferentes, son los pequeños gestos y detalles del día a día los que
nos hacen sentir bien y felices. Porque
lo importante no es la meta, es el camino que debemos recorrer para alcanzarla.
Así pues dadle importancia a lo que de verdad lo merezca. Nunca dejéis que os
limiten. Nunca dejéis de ser como sois. Nunca
dejéis de soñar como un niño.
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